La pandemia de coronavirus ha impuesto nuevas maneras de relacionarnos y, por ende, también de trabajar y de enseñar. Algunas empresas en España ya han establecido una jornada laboral de cuatro días y muchas otras aún optan por el teletrabajo.
En estos momentos, herramientas como Google Meet, Google Maps, Google Gmail entre otras, se han vuelto muy necesarias para mantener una correcta comunicación no solo con el trabajo, también durante las tareas educativas. Sin embargo, sucesos como el ocurrido el 14 de diciembre, cuando Google colapsó a nivel mundial durante más de 45 minutos, hacen reflexionar sobre los riesgos de la revolución tecnológica al confiarle todo a unos pocos gigantes digitales.
A media mañana, Google y YouTube dejaron de funcionar. Nadie daba crédito a lo que ocurría y las redes sociales se llenaron de afectados que se tranquilizaban al saber que a otros usuarios les estaba ocurriendo lo mismo.
Curiosamente, algunos usuarios pudieron comprobar cómo a través del modo incógnito sí que funcionaba gran parte de los servicios de Google. Al parecer, fue una interrupción del sistema de autentificación lo que generó el problema. Fuentes de Google confesaron a Omicrono, el diario digital especializado en tecnología, que ese fallo les impidió iniciar sesión como de costumbre y usar su cuenta de manera habitual, cuenta que además se usa no solo en Google Gmail, también en Youtube.
Si las redes sociales pusieron el foco en el fallo digital, la red social profesional por excelencia LinkedIn, mucho más. Una estudiante de posgrado de Transformación Digital dice que el apagón de Google durante casi una hora para muchos usuarios les había parecido "eterno". "El apagón de Google ha dejado patente que debemos guardar nuestros documentos/archivos en más de una plataforma virtual, además de en dispositivos físicos externos" y se cuestiona "¿estamos sometidos virtualmente a esta plataforma, en todas sus vertientes?".
"Cuando pensábamos que un virus paralizaría el mundo, llega Google, se cae 35 minutos, y paraliza multitud de servicios y herramientas de las que dependemos para trabajar. 35 minutos para reflexionar sobre cómo la ausencia de tecnología puede dañar tanto o más, en términos económicos, que una pandemia mundial", dice Álvaro García, CEO de la empresa Sailwiz, una plataforma que conecta propietarios de barcos con gente que quiere navegar.
Mientras tanto, el profesor de Ciberseguridad de la Universidad Autónoma de Madrid, Carlos Fernández Barbudo, escribía en Linkedin que fallos como el ocurrido con Google son "oportunidades para apostar por una reconversión industrial de clave digital".
"Apostar por tecnologías libres, descentralizadas y federadas permitiría entretejer a nivel internacional una nueva forma de economía digital al servicio de la población", explica en Linkedin Carlos Fernández, profesor universitario y experto en Ciberseguridad.
Por otro lado, algunos expertos defienden el sistema de Google ya que "como cualquier otro operador", puede fallar: "Google no es más que un centro de datos con servidores corriendo aplicaciones sobre ellas. A veces se dan fallos en cascada o errores humanos por mucha redundancia y alta disponibilidad que exista. ¿Por qué no comparamos la disponibilidad que ha tenido durante estos últimos, por ejemplo, cinco años?", escribe Daniel Conde, informático que trabaja para Telefónica.
Sea como fuere, lo cierto es que no es la primera vez que Google se cae a nivel mundial a lo largo de 2020. También ocurrió algo similar el mes de agosto, pero en aquella ocasión, los usuarios no pudieron adjuntar documentos en sus buzones electrónicos de Gmail y experimentaron fallos al realizar videollamadas con Meet o al intentar editar los archivos guardados en Google Drive.
Otras compañías como Amazon Web Services, WhatsApp, Facebook o Instagram han sufrido también caídas en 2020. ¿Estamos preparados para depender de un sistema virtual y dejarlo todo en manos de los gigantes digitales? La respuesta todavía es incierta, pero no hay que olvidar que tan solo algo más de la mitad de la población mundial tiene acceso a internet, lo que deja fuera a 3.600 millones de personas, según datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la agencia de Naciones Unidas para la comunicación.
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